Mi casa era pequeña y la huerta enorme, en ella me perdía horas mirando insectos y explorando sus rincones en busca de aventuras. Una gran muralla de ladrillo cercaba toda la propiedad, por esa razón me gustaba subir a los arboles, era la única manera de sobrepasar los límites, poder ver esas tierras lejanas, misteriosas e inalcanzables para mí.
Heredaba la ropa de mi hermano, es decir usaba los polos de Superman, el increíble hulk y los pantalones jean que ya no le quedaban. Por esta razón mi aspecto no era muy femenino. Además, un vestido seria un obstáculo para trepar e inadecuado para jugar en la arena.
En las mañanas mi labor consistía en limpiar los corrales y darle de comer a los animales, que eventualmente fueron patos, conejos, cuyes, pollos y un hasta unos puercos llamado pichón y samantha.
Tuve muchos patos, demasiados diría yo, a veces volaban a las casas vecinas y terminaban formando parte del menú del día, nunca regresaban, por eso, les cortaban las plumas para que no escaparan. En el agua eran muy divertidos, eran buceadores natos y les gustaba cucharear con el pico el lodo y darse zambullidas. Era todo un espectáculo ver a la mama pato bañándose en el charco con sus patitos.
Cuando los patitos rompían el cascaron lo hacían poquito a poquito con el pico, a los más lentos les ayudaba a romper su cascaron, nacían húmedos y amarillos como la yema del huevo, Después podrías verlos dormiditos bajo las alas de su mama, otros más intrépidos dormían en su espalda.
Una vez llego a casa un Pato Pekín, no se parecía nada a mis patos, sus plumas irradiaban un brillo multicolor tornasolado, su cabeza era verde y tenía un collar blanco, era para mí un pato mágico, lamentablemente para los chinos es un delicioso platillo. Su imagen quedo guardada en mi memoria, algún día voy a tener uno de esos patos.
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