El mar fue para mí, como un animal salvaje, podía quedarme horas en la orilla, escuchándolo rugir y viéndolo morder la arena furiosamente. Aunque no aprendí a nadar, había algo especial que me atraía, era como un embrujo, una relación ancestral.
La necesidad de volver a verlo me consumía, no importaba, si era verano o invierno, siempre lo dejaba acariciar mis pies sobre la blanda arena. Adoraba sentir el agua salada en mis labios, la arena rosándome la piel y el viento enredando mis cabellos...
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