martes, 20 de diciembre de 2011

SEBASTIAN


Mi hermano se llamaba Sebastián, era un niño alto y delgado, sus cejas eran muy negras y cuando salía el sol las arrugaba tanto como su nariz.

El me enseño a trepar arboles, a bailar el trompo y cazar arañas, juntos construimos carritos y barcos de madera. Perforábamos el patio de tierra haciendo hoyitos para jugar a las bolitas, jugábamos a los espadachines y construimos muchos castillos de arena.

A Sebastián le gustaba hacer casas o covachas como nosotros le llamábamos, usaba maderas viejas, hojas de plátano, cualquier cosa era útil, siempre se las ingeniaba para armarlas. Pero había algo que él deseaba más que nada en el mundo; construir una casita en el árbol más grande de la casa, el árbol de lúcuma.

Un día mi padre trajo en su volquete media camionada de arena, este fue el regalo más maravilloso que pudimos recibir, fue nuestra arena, nuestro juguete más querido…(Gracias papa )
En ella, hacíamos huecos que llenábamos de agua, hasta que una espuma espesa emergía para hacernos creer que estábamos el sitio correcto, nuestra playa privada . Yo creaba gigantes de arena y Sebastián hacia caminos, cuevas y puentes vigilados atentamente por indios y soldados. Allí los carritos que nos regalo la abuela, encontraron el lugar ideal para hacer girar sus pequeñas ruedas.

Sebastián fue mi compañero de juegos hasta que traspaso los muros y encontró otros niños como él, después de ese momento su presencia se fue desvaneciendo, en estas circunstancias volqué mi mirada a la huerta y todo lo que habitaba allí.

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