Hablar de la huerta, es detenerme en el tiempo, y no encontrar las palabras precisas para describirla. Cierro mis ojos y me desvanezco entre una avalancha de imágenes que invaden mi mente. Por un momento, mis pies vuelven a recorrer esa tierra húmeda y mis manos casi pueden tocar las hojas de sus árboles. La huerta fue mi hogar, mi escuela, mi refugio, y además un compañero de juegos entrañable, cuyas raíces aun están profundamente aferradas a mi memoria.
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